Literatura: entrevista a Ben Okri

"África quería su realismo mágico"

El escritor nigeriano publica la novela "El mago de las estrellas"

Xavi Ayén Londres

Ante la atenta mirada de un súbdito británico ebrio, en un concurrido pub del elegante barrio londinense de Little Venice, hablamos unos días atrás con el escritor nigeriano Ben Okri (Minna, 1959), que acaba de publicar "El mago de las estrellas" (La Otra Orilla), una novela-fábula sobre un príncipe y una doncella que contiene en sus páginas toda la magia africana, releída por alguien que vive en Londres desde niño. Okri -premio Booker 1991, por "El camino hambriento", que se reeditará en enero, junto con la novela inédita "Canciones del encantamiento", de 1993- abandera el "realismo mágico africano" y ha sonado alguna vez como finalista del premio Nobel de literatura. Esta nueva obra inviste de dignidad literaria las historias que le contaba su madre antes de irse a dormir. Al acabar nuestra conversación, los parroquianos -tras indagar sobre la identidad del personaje que suscitaba tantos flashes- le piden que les firme unas servilletas.

-¿El propósito de este libro era finalizar una historia que le contó su madre?
-Este libro vino a mí en un momento en el que no pensaba escribir nada, estaba disfrutando de unas larguísimas vacaciones, convencido de que ya había escrito mucho en los años 90. Pero murieron mi padre y mi madre. Ella me había contado muchas historias como esta, historias que iban más allá de ser una mera distracción, pues me sirvieron para explicarme a mí mismo. Quise narrarla llenando los huecos que ella había dejado. No era sólo una necesidad personal, sino también de África, que siente que está siendo explicada por otros y quiere tener su "realismo mágico". Un día, estaba paseando por la calle, y la primera frase acudió a mi mente, completa, después siguió la segunda. Enseguida vi que sería imposible aplicar un método.


-¿No le sirvió el oficio adquirido en sus ocho novelas anteriores?
-Todas las técnicas que atesoré en mis libros anteriores no me servían de nada aquí. Quería transmitir cómo se siente en África la fluidez de la realidad, la manera en que los sueños nos hablan, el modo en que recordamos, mezclar espíritus y la historia de la esclavitud. La gente suele juzgar una novela en relación a su fidelidad a los hechos reales, pero olvidan que toda novela es una invención, un sueño estructurado. Del mismo modo que no se nos ocurre juzgar un cuadro con arreglo a su parecido exacto con la realidad, una novela, como obra de arte, es algo que enriquece nuestra vida, una extensión de ella, no una multiplicación o una reproducción.

-La paradoja es que el resultado es a la vez muy moderno y muy tradicional.
-La tradición no es suficiente, es solamente pasado. Si usamos la tradición para que las personas reduzcan su presente y empequeñezcan su vida, eso es muy malo. En cambio, si se utiliza para expandir nuestra vida y experiencias, es bueno. Nosotros somos siempre nuevos, vivimos en el presente, todo lo viejo se ha ido. Es responsabilidad del artista combatir la idea de un pasado fijo. Hay centenares de pasados, y otros tantos modos de interpretarlos.

-¿Por qué esa enorme fuerza de los sueños en la novela?
-Los sueños son reales. Suceden, y muchas veces influyen de manera determinante en nuestra vida. Cualquier hecho real u objeto físico, una vez llegan a la memoria, se transforman en un intangible, en una imagen. El pasado siempre adquiere la calidad intangible de un sueño aunque algunos lo ven como un hecho cierto. Yo no soy mágico, soy más realista que nadie porque incluyo esas imágenes dispersas, fluidas, por las que regimos nuestras vidas: las emociones, los deseos, el amor, la amistad... La literatura convierte el presente en algo inseguro, menos cierto y definido. La certeza es dictatorial, tiránica. Van Gogh veía los girasoles de modo diferente al que los ve usted, y decir que él estaba equivocado es la mayor de las tiranías.

-Impresiona la idea del arte que tienen en la tribu de la novela...
-Mucha gente en Nigeria ve el arte así, aunque nadie lo había escrito de este modo en una novela. El arte transforma la percepción del pasado, las ideas sobre el futuro, apacigua los desastres, es como un talismán, como una oración. Es una fuerza espiritual, mucho más que un mero trabajo. No se entrega uno al arte por su belleza, sino por uno mismo. El arte es como una medicina. Algún día, usted irá al médico a causa de su insomnio y le recetarán un poema en vez de una pastilla. La literatura sirve para despertar nuestro capacidad de asombro y maravilla.

-¿También le guían espíritus cuando escribe, como a los artistas del libro?
-Cuando escribo, desaparezco, me desvanezco, me voy a otro lugar. Creo que una forma invisible me rodea y la voy buscando, como un escultor, clac, clac. Esculpo el tiempo como si fuera piedra. No es escribir, es modelar el tiempo y aliñarlo. Cuando acabo un libro, me siento lleno, soy un niño: no hago nada, miro el cielo, escucho música y toco mi violín.

-Esta novela podría leerse en voz alta, ¿no cree?
-No puedes crear algo sin escuchar su ritmo: pom, pom, pom. El ritmo es uno de los elementos más misteriosos: si fallas ahí, no haces nacer nada auténtico. Todo lo que necesitas es ese ritmo. Hay muchos libros bien escritos, pero fríos. Este es un libro musical y el lector solamente debe dejarse llevar.

-Todo está en el mismo nivel: pasado, presente, futuro, vivos, muertos, sueño, hechos reales, magia...
-...como en un caldero hirviendo, con todos los diferentes niveles de realidad. Mi novela quiere ser holística, mostrar todos los fragmentos de la realidad juntos, a la vez y desde todos los ángulos posibles. Todo ahí, de golpe, mezclado, y usted ya escogerá lo que es importante, fijándose en una cosa o en otra. he escrito de una forma democrática, cada lector se fija en algo diferente. La realidad se dilata y en cada pequeño fragmento late algo épico.

-Usted creció en Londres, pero siempre ha seguido vinculado a Nigeria...
-En Inglaterra, mis maestros me explicaban historias horrorosas sobre África, un lugar donde la gente vivía como bestias, ni siquiera tenían techo y, por suerte, al llegar a casa, mi madre me explicaba que todo eso era mentira. Pero, al ver Nigeria por primera vez, fue un choque ver que mi madre tenía ración y, en efecto, había edificios modernos. Otro choque fue ver los diferentes espacios de inocencia que había en aquella sociedad. El tercero, ver que mis padres y toda mi familia hablaban de mis ancestros como si todavía estuvieran aquí: '¿no ves a tu abuelo? Está aquí'. '¿Dónde?'. 'Aquí'. De algún modo, era una sensación agradable. Te da continuidad.

-¿Es usted un escritor comprometido?
-He estado vinculado a muchísimas luchas políticas. Pero, por otro lado, creo en la pureza del arte. Soy un artista puro, y el arte es mucho más importante que cualquier otra cosa. Una novela de calidad es una aportación más interesante a la humanidad que cualquier activismo. Cualquiera puede hacer política, pero no cualquiera puede hacer arte.

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20071222/53420134042.html

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